El matrimonio es una institución divina (desde la teología cristiana y de otras religiones) y humana (desde el derecho civil de los países). Desde el punto de vista teológico, como nos lo recuerda Karol Wojtyla, “su carácter ha sido establecido por el mismo Creador desde el
principio”.
Veamos los textos bíblicos donde se recoge la
sacralidad matrimonial, como algo propio del matrimonio cristiano. En Génesis
2,24 se habla de la unión matrimonial, elemento nuclear de la familia, desde el
punto de vista profundo, firme e indisoluble: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su
mujer, y vendrán a ser los dos una sola carne”.
En el Nuevo Testamento, también Jesús nos
habla del valor nuclear de la fidelidad conyugal como fermento de la unidad
familiar. “De manera que ya no son dos,
sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido que no lo separe el
hombre” (Mt 19, 6). Esta fidelidad que anuncia Cristo con sus propias
palabras, indica que la fidelidad ha de ser hasta la muerte, hasta que la misma
muerte separe a ambos cónyuges.
Así la misión de los esposos consistirá, ante
todo, en dar un verdadero testimonio al mundo entero. Con la indisolubilidad
del matrimonio obtenemos la garantía de la integridad familiar y del buen rumbo
en la vida social.
Desde el punto de vista de la teología
sacramental, podemos decir que en el matrimonio los esposos son “incorporados”
al misterio de Cristo y son hechos partícipes de las gracias que emana con
fuerza de Cristo.