Además de la fidelidad y del reto del
matrimonio, a la familia actual se le plantean más desafíos. Son desafíos
pastorales a los que todos estamos llamados a dar una solución concreta y
eficaz. No podemos dejar el trabajo sólo para el clero. Los laicos,
especialmente en el campo de la familia, estamos llamados a ser portadores de
luz y esperanza.
Uno de los grandes retos es reconocer la
vocación al matrimonio. Frente a tanta desorientación actual a veces los
esposos no saben ni por qué se casaron ni a qué se debe este estado suyo. Por
ello, el paso al divorcio se llega a contemplar como algo normal, e incluso,
como una moda a seguir: “Ya no estás a
gusto con tu pareja… pues divórciate”.
Karol Wojtyla se dirigía con estas palabras a
los esposos en una homilía en Limerick (1-10-1979): “Creced en vuestra vocación, en esa hermosa vocación al matrimonio y a
la paternidad que Dios os ha dado”. Los cristianos casados debemos
redescubrir diariamente esa hermosa vocación al matrimonio. Descubrimiento que
cada vez se nos hace más necesario para evitar la comodidad y apoltronamiento
en el estado de vida contraído.
Esta vocación consiste en una “elección”. En
el mismo Jesús quien nos ha elegido para amar a otra persona, con el mismo o
mayor amor con que nos amamos a nosotros mismos. Es más, con un amor capaz de
dar la vida por el otro. El amor conyugal, santificado por el sacramento del
matrimonio, se consagra como vocación a la unión indisoluble.
De este modo el matrimonio, como vocatio o llamada, está orientado por el
mismo Cristo para que sea signo eficaz de su amor a la Iglesia. Si Cristo ama
con pasión a su Iglesia, los esposos deben amarse apasionadamente, no en el
desenfreno, sino en la generosidad y en la donación ad alterum.
Para que el matrimonio cumpla su vocación, es
necesario que la llama del amor no se apague. Para ello será idóneo que el
matrimonio se deje ayudar por la gracia del sacramento, teniendo una visión de
las cosas desde la fe.
Los problemas matrimoniales de cualquier
orden (sexual, de convivencia, diálogo, tiempo, compromisos, laborales de
casa…) si son penetrados por la luz de la fe adquieren un relieve distinto,
son, por decirlo así, más llevaderos. Son más llevaderos si se sabe descubrir a
tiempo la presencia de Cristo en esta comunidad de personas, vida y amor.
Si Cristo está verdaderamente presente en el
matrimonio, alcanzará cotas insospechadas de felicidad y de auténtica
realización de la vocación conyugal. Desde la oración, el diálogo y la
convivencia generosa, el matrimonio es “testimonio de convivencia” entre dos
personas ante la cultura de la violencia y de la muerte.
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