Otro de los retos actuales de la familia es
la vivencia del matrimonio. Muchas parejas se contentan con mantener relaciones
esporádicas. Otras aceptan vivir una temporada juntos, pero enseguida surgen
los problemas.
En el matrimonio, quienes optan por darse en este hermoso camino
de amor, vemos cómo la Iglesia nos ofrece un medio de santificación.
Frente a los problemas que surgen en toda
convivencia humana, el matrimonio cristiano ayuda a los cónyuges a caminar por
la dura senda del convivir diario. En el matrimonio, si se vive con
autenticidad cristiana, el creyente cosecha frutos de amor, paz y convivencia.
Pero hay que vivir el matrimonio en cristiano. Y esto no es fácil es un reto…
pero también es una vocación.
En efecto, la vida matrimonial es una
vocación, un camino diferente al de la vida religiosa o monástica, o al de la
vida sacerdotal. Y, como toda vocación, se convierte en una llamada de Dios al
cristiano a la vivencia de una unión indisoluble, en una llamada a ser testigo
del amor de Cristo a la Iglesia.
La Iglesia propone a sus fieles el reto de
vivir el matrimonio cristiano como elemento vertebrador de la propia vida.
Desde la alegría, la generosidad, el diálogo, el respeto y la donación mutua,
la vida matrimonial es fuente de santidad para los esposos y sus hijos.
Es lo
que tan acertadamente ha proclamado Karol Wojtyla: “En nuestras consideraciones pastorales acerca de la vida matrimonial y
familiar hemos de superar, pues, perspectivas estrictamente externas, que a
veces ignoran u obscurecen en parte su sentido más profundo y genuino: la
identidad propia del amor santificado por el sacramento. Quizá un poco
superficialmente nos contentamos a veces con consultar encuestas o estadísticas
que recogen aspectos manipulables, reflejo a su vez de situaciones cambiantes
de índole cultural, sociológica, política, económica…”.
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