El reto de la fecundidad es muy actual para
el matrimonio. El mensaje de Cristo a los esposos es claro.
Desde el deseo de
la unidad imborrable, se nos llama a ser colaboradores suyos en el nacimiento y
formación de nuevos hombres y mujeres, destinados a ser verdaderos hijos de
Dios.
La humanidad depende claramente el desarrollo
firme y estable de las familias. Sin familias no hay una humanidad bien
desarrollada. El matrimonio, así, está llamado a un amor fecundo: desarrollar
con su semilla de amor la humanidad entera.
Una humanidad que necesita de
familias íntegras, donde se respiren los valores humanos y sociales. Donde la
generosidad y la responsabilidad se enfrenten a la cultura de la violencia y de
la muerte.
El matrimonio, como amor fecundo, debe saber
que su misión no termina en engendrar seres nuevos. Continúa en el desarrollo y
educación de los hijos.
De este modo en la familia se crea una atmósfera de
convivencia donde se “maman” continuamente y, desde la más tierna infancia,
esos valores necesarios para la construcción del mundo actual.
El matrimonio,
en todas las familias, se presenta como defensor de la vida humana frente a la
cultura hedonista e individualista imperante.
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