La mejor manera de ver hecho realidad el amor
entre los esposos es la paternidad y la maternidad. Ambas situaciones, vividas
con generosidad, llenan la convivencia de todo matrimonio. Lejos de ser
estorbos, los hijos ofrecen, estabilidad y felicidad a la convivencia conyugal.
Igualmente, la maternidad y paternidad
responsables exigen dar respuesta a los retos educativos actuales. Superando la
cultura del placer y de la violencia. Los padres no han de basar la felicidad
de sus hijos en la abundancia de bienes materiales.
La felicidad de sus hijos
debe centrarse en el cariño, el diálogo y la confianza mutua. El niño crece y
se supera día a día en experiencia de la entrega cariñosa de los propios
padres.
Además de cariño, hay que dar valores. Si hay
gameboy o playstation no llena, si el videojuego insatisface al hijo, es por
algo. Los hijos necesitan valores, ya desde la edad más tierna. Con el
transcurrir de los años cada vez se sentirán más útiles ante la sociedad que
les rodea; una sociedad necesitada de constructores de la civilización del
amor.
Es, ni más ni menos, lo que Juan Pablo II nos
desea transmitir con estas palabras suyas: “Las
decisiones con respecto al número de los hijos y a los sacrificios que ellos se
derivan, no deben ser tomadas sólo con miras a aumentar las propias comodidades
y asegurar una vida tranquila (…) los padres se recordarán a sí mismos que es
menor mal negar a sus hijos ciertas comodidades y ventajas materiales, que
privarles de la presencia de hermanos y hermanas que podrían ayudarles a
desarrollar su humanidad y realizar la belleza de la vida en cada una de sus
fases y en toda su variedad” (cf. Homilía en Washington, 7-10-1979).
No hay comentarios:
Publicar un comentario